En esta entrada, vamos a recoger los proyectos finales de la webquest sobre Lázaro de Tormes, donde los alumnos tenían que inventarse y escribir una nueva 'hazaña' de Lázaro y el ciego.
Nueva aventura de Lázaro de Tormes y el
ciego
“Pues sepa Vuestra Merced, que molido a palos me tenía el
ciego, mi amo, día sí y día también y yo rezaba a Dios y al Diablo que me
llevaran pronto, el que más me quisiera tener, pues no aguantaba mas.
Quiso la fortuna que pasáramos cerca de una hechicera y que
el ciego y yo nos posáramos muy cerca de ella para cantar nuestras buenaventuras
y recitar las mil oraciones que a tantas gentes atraían.
Aproveché yo la ocasión y conseguí burlar unas hierbas
milagrosas que causaban profundo sueño según rezaba la bruja hechicera.
Así, pasé la noche
rumiando las migajas de pan y reuniendo el valor para mezclar las hierbas con
el vino y dárselas a mi amo para que profundamente durmiera y yo poder
descansar de mi infierno, de mi desgracia y del hambre que me mataba. Solo
soñaba con que mi suerte cambiara.
Amaneció y yo seguía
queriendo mal al ciego, no podía borrar sus calabazadas y jarrazos y después de
llenar todo el fardel y desplegar todas sus mañas a la puerta de la Iglesia de
San Martín, me repartió las sobras mientras él se procuraba toda clase de
manjares.
Iglesia
de San Martín
Yo finaba de hambre
mientras nos llegábamos a la posada y en el instante que pasamos por la Casa de
las Muertes decidí que mi encuentro con Dios o con el Diablo era inevitable y
sin pensarlo en una parada que mi amo necesitó para beber vino logré echarle un
buen puñado de malas hierbas.
Casa de las Muertes
Aunque
este ciego era el más astuto y sagaz de
los ciegos, la gran comilona le había menguado y felizmente el veneno empezaba
a recorrer sus tripas por lo que nos arrastramos hasta la posada como pudimos,
a trompicones.
No
pude dormir soñando que mi final estaba cerca. Mi amo despertó con la boca y
los ojos torcidos. Con toda la malicia que pude
le guié por la Iglesia de Santiago, pronosticándole que el mal que había
cogido se lo sacaría una sanadora que yo había visto porque ya había curado a muchos iguales.
A
cada paso maldecía, me golpeaba y hasta que no pude aguantar y le guié hasta un agujero profundo de un
antiguo pozo donde sin remedio cayó en él.
Yo
vi el cielo y el infierno abiertos a la vez. El ciego clamaba de dolor y me
maldecía deseándome todas las desdichas que se pudieran imaginar.
Yo
puse los pies en trote y no paré hasta alcanzar, sin aliento alguno, la
siguiente villa y sin pensamiento alguno sobre la suerte del que ya no era mi
amo”.
Iker A.
DE CÓMO CONSTANZA DESCUBRIÓ NUESTROS ENGAÑOS REZADEROS
[Andábamos por calles hacia el Mesón
de la Merced llamado, que encontrábase cabe la iglesia de San Marcos y la de la
Magdalena, desde la que llegábame el olor mil veces maldito de las
caballerizas, que trajome al truhán de Zaide a las entendederas y a mi madre
tratando de desfacer entuertos en las posesiones del comendador de la Iglesia
de la Magdalena. Desde aqueste lugar, se llegaba a la Puerta de Zamora por la
mesma calle de Zamora, y desta que la fatiga refrenóme los pies.]
LÁZARO: ¿Amo, a dónde marchamos con paso tan presto?
CIEGO: No tanto preguntar, Lázaro, y más caminar. Que ya sé
que lo que deseas es yantar, pero antes, ¡a ganarse el pan!
LÁZARO: ¿A la iglesia a rezar me lleváis? Aquí las gentes
son pobres, y los bolsillos tristes: no pagarán por lo que ayer oyeron.
CIEGO: Lázaro, lección sabia es la de no dudar de mi
ingenio, pues dos pasos te aventajo siempre. Vamos hoy a ganarnos unas blancas
con un negocio que de seguro nos dará para llenar la bota de buen vino. Pero
ten cuidados mil, pues tienes que me seguir en todo lo que afirme. Desde ahora,
tienes grandes conocimientos de santos y milagros mil, ¿explicado me he?
LÁZARO: Claro como luz de agosto. Pero, si me quedo sin
palabras pías, ¿qué deberé facer?
CIEGO: ¡Vaya un destrón! ¿Tú tratas de ser mozo de ciego?
¡Pues piensa en algo más que en el yantar, el regoldar y el roncar! Tú te
santiguas y te encomiendas a San Ramón Nonato o a San Gerardo de Mayela,
patrones de las encintas. Pero ante la duda mejor callar, que deste negocio
sacaremos buen provecho.
[Dio el ciego tres golpes al recio
portón del Mesón de la Merced y salió una mesonera de aspecto adusto, porte
descuidado y ojos inquisidores, con voluminoso vientre de dar a luz en breves].
CONSTANZA: Aquí la moneda al que aporta, así que a pedir
limosnas a otro portal, ciego.
CIEGO: Mi buena mujer, yo no pido, más yo le ofrezco a
cambio de unos pocos dineros saber si su criaturilla será varón o hembra. Yo
rezo a mil santos y muy devotamente, y ellos me indican cómo obrarán los
milagros de la vida en vos. Es de madre impía el negarle a su hijo que se le
rece propiamente, y eso muchos males le traerá a su tesoro del vientre portado.
CONSTANZA: Bueno, vale, pero si me satisface lo que vos
digáis más dineros os daré que si no me complace. Pasad y rezad vuestras
plegarias. Pero, ¡avisado sois!, si el engaño se presenta por desta casa en
vuestros labios, temedme a mí y a mi buen marido, hombre fuerte y honrado,
cristiano viejo donde los haya.
CIEGO: Tranquila, buena mujer, que yo también tengo honra y
buen saber facer mis tareas. Denos dos vasos de vino y unos minutos para rezar.
[Sentóme yo frente a la recia mujer
durante largo rato, mientras mi amo rezaba con su acostumbrada solemnidad.
Luego, él levantóse serio y firme].
CIEGO: Díjome San Gerardo de Mayela que nacerá una bella
hembrita. Ahora se le deberá rezar dos rosarios al anochecer y tres cuando el
sol despunte. Yo rezaré por vos a cambio de que me rellenéis la bota de vino y
un par de monedas para mi escuálido morral.
CONSTANZA: ¿Hembra decís? ¡Ay que desgracia la mía! ¿Habré
ofendido yo en algún menester a los santos, que tres veces me preñé y las tres
mozas resultaron? Desgracia la mía, ¡desgracia!
CIEGO: ¿Le rezó a la salud y la prosperidad?
CONSTANZA: ¡Ea!, marchad, marchad ya. Coged la bota de vino
más próxima al techo y abandonad mi mesón, que ni a vos ni al mozo veros más
quiero. Yo soy mujer de mucho trabajar y mucho rezar, y a mí Dios me viene a
castigar.
[Mi amo y yo abandonamos el mesón
con paso presto y buscamos otro donde gastar la última media blanca que nos
restaba: caldo y pan para él, pan solo para mí. Mi amo no iba rezongando y
maldiciendo, como cabía esperar, sino feliz y ufano. Al terminar de yantar,
vínome a hablar].
CIEGO: Mozo, ahora te quiero bien atento. Irás al mesón y le
dirás a la mujer que me apenó tanto su castigo que le recé y le recé y no paré
de le rezar. Tanto así, que San Ramón Nonato vínome a decir que, si tanto deseo
la llenaba, varón habría de nacer. Pero, cuidado, que hembra astuta y curtida
es la que tratamos. No pidas menos de dos blancas y media, porque muy contenta
se hallará. Si se niega, dile que lo que se face se puede desfacer, y que yo
ciego soy curtido en mil batallas con los santos rezaderos a mi favor. No le
fíes ni media blanca, que ella pagará de buen seguro.
[Marchóme corriendo, y otra vez al
portón del Mesón de la Merced llamé].
CONSTANZA: ¿Qué quieres agora, mozuelo? ¿Te mandó el
descarado de tu amo de nuevo a qué? ¿Te
dijo que me dijeses que mi pago no fue suficiente? ¡Márchate con viento fresco
si es de ese modo!
LÁZARO: Disculpadme, buena señora, pero ese no es el motivo
de mi visita. Mi buen amo me contó que estaba equivocado, que tras rezar y
rezar sin descanso, San Ramón Nonato vínole a decir que varón será vuestro
retoño. Por favor, rogamos su plácido perdón, pues la culpa nos llena al saber
que pudimos causarle alguna tristeza.
CONSTANZA: ¡Por San Pedro y San Juan! ¡Albricias! ¡Qué
fortuna la mía! ¡Qué felicidad nos dará a mi respetado marido y a mí el
nacimiento de un hombrecito al fin en esta castigada casa! No te preocupes,
mozo, ve a tu amo y dale las gracias por tan hermoso regalo, que apuesto a que
fueron sus oraciones las mejor rezadas de toda Salamanca y hasta el Papa habría
de lo reconocer. Y yo muy gustosa le daré tres blancas por tal noticia. ¡Ojalá
todos los entuertos y sinsabores que alguien cometiere fueran como este! ¡Qué
fortuna la mía!
LÁZARO: Pero atended, mujer, que no solo para decir esta
nueva me enviaba mi amo. Que Gerardo de Mayela, santo rezadero para mujeres que
sanos los hijos quieren, no extiende su brazo divino hasta Salamanca, desde una
impiedad cometida por un rico, avaro y pérfido bellaco, que hizo pesar una
maldición sobre la ciudad.
CONSTANZA: ¿Qué decís, pequeño pecador? ¿Es cierta toda esta
historia de maldiciones y santos ofendidos?
LÁZARO: Bien cierto es, mi señora, y de certeza que me
acongojo, pues es de esto la culpa de que en Salamanca nada proteja a los
pobres no nacidos de la maldad y la enfermedad. Aquí con rezarle a San Gerardo
no basta para evitar un niño tullido, puesto que San Gerardo castiga a las
gentes de Salamanca por la falta de piedad de aquel mal hombre. Las gentes lo
han olvidado, y se preguntan la razón de sus infortunios. Pero mi amo y yo
tenemos el secreto para garantizar salud a su criatura.
CONSTANZA: ¿Y cuál es ese, si puede ser contado?
LÁZARO: Es un ritual que requiere de un rezador experto como
mi amo. Se ponen varias velas, se aguanta un día de ayuno y se reza hasta bien
entrada la noche. No es la primera vez que mi amo face de esos menesteres, mi
señora, y bien a gusto lo haría por vos.
CONSTANZA: Todo eso suena trabajoso, buen mozo. ¿Cuánto pide
tu amo por tanto rezar?
LÁZARO: Nada, nada, tan solo tres blancas y media…, lo más
razonable por tanto cuidado que él ha de tener por vos. Sabed lo honrados que
nos haría que tuvierais a bien el confiar en mi amo para asegurar la buena
ventura de vuestro hijo.
CONSTANZA: Tenlo por buen seguro, mozo. Toma los dineros que
requieres.
[Despedióme Constanza, y yo, sin
creer del todo mi buena fortuna y mi destreza en el mentir, celebré el triunfo
recorriendo la ciudad que tan pronto me vería marchar, mientras de agua mi boca
se llenaba tan solo de pensar en los manjares que por tal engaño podría yantar.
Pensaba yo darle al ciego las blancas recogidas por el engaño del hijo varón, y
quedarme para mí las mías del falso rezo contra tullidos.
Cuando el sol ya se encaminaba hacia el
horizonte, caminé hacia el hostal, donde encontré tan mala estampa como la del
ciego hablando acalorado con Constanza: entendí enseguida que mi engaño había
durado tan poco como mi dicha].
CIEGO: Mi buena mujer, es cosa del mozo, que los pies tiene
en las nubes, y es astuto y ladino como solo lo son los pequeños diablos.
Sosiéguese. Yo lo meteré en vereda, lo aseguro.
CONSTANZA: Yo no me creo nada de malandrines y pícaros como
vosotros. Me devolveréis todo mi dinero por las buenas o llamaré a mi marido
para que la ceguera se te junte con el cojeo y vuestro mozo bien muerto acabe.
¿Pensabais que era alguna mozuela corta de entendederas y atolondrada que cree
a pies juntillas en cuentos de viejas? ¡Cuán errados estáis!
[En esto que me vieron llegar y no alcancé a huir. Al
sentirme cerca, mi amo acertó a golpearme con su vara]
CIEGO: ¡Lázaro, ven y dale todos sus dineros a esta buena
mujer, a la que nunca deseamos de importunar!
[Con todo mi pesar por la pérdida de
mi capital, y la paliza que estaría por venir, vacié mi bolsillo. Constanza
resoplaba como un toro, pero se fue conforme, dichosa a sabiendas de la tunda
que me esperaba. A la mañana siguiente, y todavía magullado del castigo del
ciego, abandonamos Salamanca].
CIEGO: ¡Ay, mira que mozo corto de entendederas es castigo,
pero encima con mala idea ya es abuso! ¡Qué infortunio el mío, que este
muchacho acabara por hacerme fenecer!
María Jesús P., Antonio Alberto C. y Olivia S.